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El mueble y el profesor. Reflexión crítica en torno al quehacer docente desde la visión del directiv

EL MUEBLE Y EL PROFESOR

Son pocas las ideas que vienen a nuestra mente ante este título. Alguna de ellas podría tratar de un escrito sobre la función del mueble en el trabajo del profesor. Otras pocas en esa misma línea, en el entendido de que no hay mucho en el horizonte imaginativo en torno a la relación entre uno y otro. Pues se trata de un objeto inanimado –el mueble- y el profesor un ser vivo de la especie homo sapiens.


En este caso habrá otra, una relación de analogía. Aludimos a la analogía de semejanza entre dos cosas que no lo son del todo. Profesor no es mueble como mueble no es profesor. Justo ahí está el esfuerzo de la imaginación. Qué en común pueden tener estos dos elementos del análisis. Sin ponerles en un contexto específico diríamos que nada. Por lo que es necesario establecer de entrada a qué espacio o en qué escenario se les ubicará para efectos de establecer la relación de semejanza.


Ese escenario es la Institución universitaria. En la compleja trama de interacciones, actividades y procesos que le definen, la relación con el profesor es una de las más sensibles aun cuando no siempre la de más atención. Sin duda que la prioridad siempre recae en el estudiante algo de paso comprensible sobre todo en tiempos donde todo se ha vuelto transable.


El asunto, para no ir con más rodeos, es que el profesor en ocasiones toma la forma de un mueble. Pero, no solo la forma, sino la esencia. Nos referimos a cualquier mueble: el asiento de la sala, el sillón de la alcoba, la silla de la terraza. Incluyendo cualquier otro objeto de esta naturaleza que hace parte del paisaje de una casa o cualquier otro lugar donde sean necesarios, por lo regular casi en todos.


Mueble sobre el que alguien dispone toda su voluntad. Se le ubica donde se considera más sirve, menos estorba, más juego hace, mejor cuadra. A él –el mueble- nunca se le pregunta si en ese lugar se halla cómodo, si le gusta la perspectiva de su posición, si le es funcional el espacio en el que le ubican, si entra en juego con el resto del mobiliario. No se le indaga simplemente porque no va existir respuesta alguna, son objetos inanimados que se quedan en silencio donde se les disponga.


Es ahí donde radica la semejanza del profesor con el mueble. Se nos ubica en donde mejor acomodo podamos tener. Donde mejor podamos servir a los objetivos del acomodador, que como en el caso del mueble siempre impone su voluntad. Como en el caso del mueble tampoco se nos pregunta, en este caso no porque no haya respuesta, sino por todo lo contrario: la incomodidad de la misma. Seguro que si el mueble hablara en más de una ocasión se resistiría a estar en el lugar en que se le ubica. Seguro que si al profesor le consultarán más de las veces tendría otras opciones para su ubicación.


Tanto el mueble como el profesor son necesarios donde alguien dispuso que lo fueran. Tanto el uno como el otro ocupan un espacio que por lo regular queda a criterio del acomodador decidir. Este siempre asume que la decisión ha sido la mejor: primero para él que es quien se beneficia de los dos. Solo después para el mueble lo que también ocurre con el profesor. En síntesis somos –los profesores- muebles en el mobiliario de una institución educativa. La analogía no pretende ser peyorativa con el ser humano que cumple la dignísima función de la docencia; más bien busca cuestionar la forma como en ocasiones bajo la excusa de la planificación y los avatares propios de la faena educativa al profesor simplemente se le ubica en donde pueda servir “mejor” aún si ese “mejor” no fue el resultado del diálogo y la concertación. Es lo que pasa con el mueble, siempre creemos obrar bien con su disposición, cuando ni siquiera hemos tenido la precaución de indagar sobre su funcionalidad en el contexto al que lo reducimos. Es que no solo son necesarios, sino que es importante que hagan juego con una apuesta estética que en el fondo poca consideración tiene con otros.


Con el paso del tiempo mueble y profesor terminan asemejándose más. Cuando el mueble acumula años de uso, de servicio. Ya no encaja en la apuesta estética, pero se le mantiene por un extraño sentimiento con su callada colaboración. Entonces termina “sirviendo” para todo. Lo que menos hace es justo aquello para lo cual está hecho, pero a esa altura de su historia está bien con servir de escalera. De contenedor de ropa sin usar. De cuña para otro mueble o puerta que lo requiera. Para que la mascota haga sus siestas vespertinas en él. Es decir perdió su funcionalidad de origen y pasó a “hacer de todo”. De nuevo la semejanza con el profesor, con aquel que en algún momento se transformó en una suerte de “mueble añejo” al que se ubica en cualquier lugar, pues se asume que el paso del tiempo es el aval para saber de todo –algo que no deja de ser arriesgado cuando no delicado en la educación-Es el profesor que como buen mueble “sirve” para todo a expensas de su identidad.


José Alonso González S

Profesor

Agosto 2019


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