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¿QUÉ IMPLICA INNOVAR?


La influyente revista Foreign Affairs dedicó su última edición al tema de la innovación.


En ella, varios expertos – empresarios, académicos, y periodistas – tocan diferentes aristas del tema, pero un consenso parece permear: la innovación es crucial para el desarrollo económico, y ésta no surge sin la participación activa del Estado.


¿Qué es la innovación?


Todos, en cualquier instancia en la que nos desempeñemos – profesores, obreros, empresarios, comerciantes, dueñas de casa – alguna vez nos hemos preguntado cómo hacer mejor nuestro trabajo.


“¿Y si cambio esto?” “¿Por qué no lo haces así?” “¿Qué pasará si lo hago de esta forma mejor?”


La innovación es un rasgo esencial de los seres humanos.


Implica tener curiosidad intelectual acerca de los procesos en los que nos desempeñamos.


Nace de la búsqueda humana por la perfección.


Requiere, muchas veces, equivocarse.


Para innovar se necesita perseverancia, esfuerzo, y entender que las recompensas del sacrificio no siempre serán inmediatas. Es preciso saber aprender de los fracasos y construir sobre los éxitos.


Pregúntenle a cualquier empresario exitoso del primer mundo acerca de la receta del éxito, y el tema de la innovación saltará a la vista. Los citados en el número de la revista en cuestión – Steve Jobs de Apple, Jeff Bezos de Amazon, Megan Smith de Google, Marcelo Claure de Sprint, Helen Greiner de iRobot, Michael Moritz de Sequoia Capital – coinciden en que el principal reto de las organizaciones es desarrollar los equipos y las habilidades que lleven a innovaciones exitosas.


Un problema fundamental de la innovación es que el sistema financiero actual no es muy amigo de eso de financiar fracasos con el fin de obtener un éxito en el mediano plazo. En palabras de Moritz, cuya empresa de capital semilla ayudó a financiar a Cisco, Google, WhatsApp y Yahoo, entre otras: “A lo largo de los años, nos sangró la nariz en muchas oportunidades y cometimos errores garrafales, ya sea en compañías en las que invertimos o en compañías en las que no invertimos pero hemos debido hacerlo. Pero tenemos un record razonablemente decente de no perder enormes cantidades de dinero invirtiendo en compañías que están más allá de etapas embrionarias.”


La pregunta que debe hacerse Chile es si las instituciones financieras actuales, tan manejadas por los resultados de corto plazo, están capacitadas para ser herramientas de apalancamiento de la innovación que requiere el país. Quizás sea hora de plantearse más seriamente qué papel debe jugar el Estado en este tema.


La economista de la Universidad de Sussex, Marina Mazzucato, explica en su libro “The Entrepreneurial State” que muchas de las grandes innovaciones que disfrutamos actualmente se originan en alguna actividad del Estado.


Es imposible imaginarse el desarrollo de muchas drogas sin el papel del National Institute of Health. Varias de las características innovadoras del iPhone provienen de proyectos de entidades estatales – la Internet nació del Defense Advanced Research Projects Agency, el GPS comenzó con un programa militar llamado Navstar, e incluso la tecnología touch de la pantalla que posiblemente esté usando para leer este artículo nació de una beca de la National Science Foundation. Son pocas las innovaciones recientes que pueden decir que no recibieron apoyo directo de algún programa estatal.


Esto no quiere decir que cualquier gasto en innovación sea productivo. El Estado requiere una estructura organizativa que sepa capturar, fomentar y difundir el conocimiento, y que sepa identificar áreas clave en las que invertir – no da lo mismo, por ejemplo, invertir en tecnologías verdes que invertir en investigación arqueológica. Los temas de captura de rentas y de aseguramiento de que los beneficios de la innovación devenguen en beneficios para el público deben ser tratados de forma seria.


Decir que en Chile falta mucho camino por recorrer en este tema sería una imprecisión – en Chile apenas hemos empezado.


De acuerdo a la OECD, la inversión en investigación y desarrollo (I+D) del sector privado chileno es apenas un 0,16% del PIB, la tasa más baja de los países de la organización. La inversión pública en I+D ronda el 0,5% del PIB, entre las tasas más bajas junto con Méjico y Grecia. En Finlandia, por ejemplo, la inversión pública en I+D es del 3,5% del PIB – al PIB actual, eso implicaría que Chile debiese invertir $9 mil millones en I+D para estar a la par de Finlandia.


El debate sobre la innovación en Chile debe seguirse dando. Sin embargo, hay que preguntarse si el marco conceptual de “costo beneficio” con el que se evalúan programas públicos es el apropiado para una actividad cuyos costos son múltiples, y cuyos beneficios son difusos y sólo se dan en el mediano plazo.


Entender la naturaleza del fenómeno de la innovación es necesario para poder fomentarla bien. En esto podría estar la clave del desarrollo del país.


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